Una característica que define a los burgueses es el valor supremo de buscar seguridad y confort en sus
vidas. En lugar de ser individuos excepcionales que se dedican a grandes empresas, como Aquiles,
cuyo objetivo es alcanzar el máximo éxito en sus emprendimientos, la gran mayoría de nosotros nos
dedicamos a cultivar nuestra huerta, como Cándido, y evitar sobresaltos.
Así, al salir cerramos la puerta con llave, pero para más tranquilidad sacamos un seguro, nos dirigimos
a nuestro trabajo, más por el sueldo que por vocación, mientras desde la anestesia de la comodidad se
ahogan los sueños que tuvimos de adolescentes de vestir un “10” en la espalda, o de tocar ante un
estadio en paroxismo, o casi cualquiera de las alternativas románticas que desaparecieron cuando,
como bien cantaba la murga Agarrate Catalina, “pero al crecer, el chiquilín, se puso un traje y un
maletín. A los dieciocho años todos quieren ser el Ché. Y después llegan las cuentas, los botijas, los
cuarenta y se dejan de joder”.