Riesgo, incertidumbre y crisis: ese terrorque aletea en la noche

Riesgo, incertidumbre y crisis: ese terrorque aletea en la noche

Una característica que define a los burgueses es el valor supremo de buscar seguridad y confort en sus vidas. En lugar de ser individuos excepcionales que se dedican a grandes empresas, como Aquiles, cuyo objetivo es alcanzar el máximo éxito en sus emprendimientos, la gran mayoría de nosotros nos dedicamos a cultivar nuestra huerta, como Cándido, y evitar sobresaltos. Así, al salir cerramos la puerta con llave, pero para más tranquilidad sacamos un seguro, nos dirigimos a nuestro trabajo, más por el sueldo que por vocación, mientras desde la anestesia de la comodidad se ahogan los sueños que tuvimos de adolescentes de vestir un “10” en la espalda, o de tocar ante un estadio en paroxismo, o casi cualquiera de las alternativas románticas que desaparecieron cuando, como bien cantaba la murga Agarrate Catalina, “pero al crecer, el chiquilín, se puso un traje y un maletín. A los dieciocho años todos quieren ser el Ché. Y después llegan las cuentas, los botijas, los cuarenta y se dejan de joder”.
Acerca de derrames, meritocracias y otras criaturas fantásticas.

Acerca de derrames, meritocracias y otras criaturas fantásticas.

Un hecho es innegable: la riqueza puede perderse, la movilidad social descendente es muy fácil de padecer con malas inversiones o decisiones, pero la ascendente es un mito, para el quintil inferior, la posibilidad de enriquecerse legalmente es virtualmente inexistente. De ahí nace la adoración que tienen liberales neoclásicos y libertarios por esa suerte de superhombre del mercado que es el “self made man” o emprendedor exitoso que, partiendo de cero, tomó riesgos, desarrolló habilidades de alto valor de mercado y logró amasar una fortuna que le permitió, por ejemplo, retirarse joven o, quizás, ser el sujeto creador de riqueza que permite el “derrame” (otro dogma del neoliberalismo) que plantea que los pobres se benefician de las migas que caen de la mesa del semidios. Si uno lo mira así, es claro que uno entiende por qué Ernesto Talvi tiene el fetiche de abrazarlos, pero veamos las ideas a tener en cuenta.